La idea salió de mi mente gracias a un personaje que inventé basándome en otros personajes de la obra Babilonia Sur de Moncho Azuaga (que tienen que leer porque es una pequeña obra de teatro muy genial) ya que justamente esa era la consigna que nos asignaron en el examen. El personaje principal y quien habla en el monólogo fue una creación mía, como ya dije, inspirándome en los de la obra, pero el otro personaje del que habla esta persona, es el mismo de la obra. El contexto de las cosas que pasan también tiene un poco que ver con la obra de Moncho, pero es como un spin off esto. No quiero hacer spoiler simplemente quiero aclarar eso. En fin. Ojalá les guste mi pequeña pieza.
La jugadora.
La escena se
desarrolla en un lugar parecido a lo que sería un basural, hay restos de
comida, plásticos, vidrios, cartones, todo tipo de desechos esparcidos por todo
el lugar y en una esquina, se ve una piedra grande, y al costado una caja de
madera. Una mujer, vestida con ropas sucias pero elegantes, llega al lugar
sigilosamente. Lleva en sus manos un arma, preparada para disparar y en la
cabeza, un sombrero muy al estilo de algún mafioso sacado de película de
Coppola.
“Hace ya
tiempo desde la última vez que vine hasta este lado del muladar. La verdad que
no tenía planeado volver, pero ya era tiempo de hacerlo. Después de todo, tengo
un juego sin terminar pendiente”.
La mujer entonces
llega hasta la piedra y mira a su alrededor, entonces pone la caja en frente
suyo y se sienta en la piedra usando la caja como mesa. Entonces saca un mazo
de cartas de su bolsillo, al mismo tiempo que guarda el arma. Empieza a tirar
las cartas sobre la “mesa”, en lo que aparenta ser una partida de póker contra
otra persona. Se reparte cartas a ella y le reparte cartas a alguien más. Pone
las cinco cartas en el centro y mira las cartas que le dio a la otra persona.
Se ve una cara de derrota y esto ocurre unas cuantas veces.
“Al parecer
no estoy jugando bien, creo que se me están acabando los movimientos. Nunca se
vio que una mujer como yo, juegue con alguien como vos. Aunque nunca fui vista
como mujer, supongo que ni siquiera por
vos. Sólo soy un arma, un objeto disponible para realizar cualquier tipo de
tareas. Y obvio, me conocen como alguien buena con las cartas: solitario,
póker, truco, escoba de quince, hasta blackjack… −saca una carta del mazo, es el 7 de corazones−… corazones. JA! Un ridículo
nombre para un juego…
Malditas
cartas francesas.
Para alguien
tan acostumbrada al azar y a la suerte, incluso estos juegos me parecen más
controlables que el que disputo en tu contra. Por lo menos en estos juegos,
siempre puede llegar a aparecer un as bajo la manga. Pero contigo… ¿Será que habrán
estrategias que funcionen? Sinceramente no domino este juego nuestro, pero
hasta ahora parece que vas ganando.
Ay poeta,
tanto que quisiste ser un teólogo de la liberación de las ideas que te echaron
la culpa de que el mundo se pudriera porque no pudiste imaginar un futuro
distinto, al vino tinto. JA.
Pero digan
lo que digan sobre vos, que son patrañas la mayor parte de las veces, aun
habiendo escuchado todas esas maldiciones me quedé, no fue que tuviese opción.
Pero al hacerlo hiciste mucho por mí, me mostraste tu mundo, y al hacerlo me
hiciste soñar, me hiciste pensar en tantas cosas, me hiciste imaginar cosas
inimaginables. Y por un instante cambiaste mí mundo. Recuerdo cuando me decías
que si llegaba el momento de la postrer partida te iba a encontrar ligero de
carga como siempre estuviste, así como a los hijos del mar, eso me decías. Y
fue allí donde me di cuenta de que tu mundo de piratas de las letras con aires
de revolución, no era tan diferente a mí realidad. Tus lápices y espadas eran
como mis pistolas y mis escopetas, la tinta en los dedos se reemplazaba con
pólvora; pero ese sentimiento de pertenencia, de dejar tu huella en el mundo
era igual en una manera distinta. Tus huellas dejaban palabras, las mías
dejaban sangre.
También
recuerdo haberte dicho desanimada en aquellos tiempos que pasamos, que ya estábamos
muertos desde hace mucho tiempo, que no importaba nada, porque el mundo ya no
cambiaría. Y vos, vos me dijiste hasta con una rima, que todavía era posible la
poesía”.
Los recuerdos de la
mujer se hacen cada vez más fuertes, la sensación de dolor se nota en su
expresión, y las cartas siguen estando en su contra. Al mismo tiempo que todos
esos recuerdos le remuerden la conciencia, su concentración en el juego no deja
de ser igual, mezcla las cartas como por inercia, y las reparte de igual forma.
En algunas partidas se da por vencida solo con mirar sus cartas y a las que
están sobre la mesa, en otras arriesga y las pone sobre ella para contemplar
los resultados, los cuales nunca parecen estar a su favor. Pero se la nota
nerviosa, los pensamientos la empiezan a torturar.
“No puedo
seguir con esto, estar hace más de una semana aquí ya está empezando a afectar
mi psiquis, hace unos días que lo único que como son esas malditas ratas, de
esas que encuentro correteando mientras busco a tus secuaces ‘piratas’. Estoy
harta, hambrienta y ahora incluso confundida sobre todo esto. Supongo que es lo
que me gano por ser la encargada del trabajo sucio del general. Tener que venir
a estos lugares, hacerme pasar por alguien para investigar cosas, dejar de
comer los banquetes que suelo tener para tener que comer ratas inmundas y, para
colmo, encontrarme con jugadas peligrosas que me descolocan… Y que por culpa
del hambre se me nuble el pensamiento…
Sí, es por
eso que no puedo calmarme, porque tengo hambre, porque mis entrañas me piden
alimento…
… Pero el
problema es que mi mente me pide más versos, más frases postmarxistas. Y mi
cuerpo recuerda y desea esa exacta simetría, tu perfecta geometría, tu pasión,
ese ardor de luna, tu carne de varón…
Incluso en
eso se sintió tu erudición. Pero aun así no sé qué hubiese sido mejor. Será que
la derrota absoluta de las ideas nos hubiese dado paz, o será que encontrarle
el sentido al postmarxismo tuyo tendría más eficacia. O tal vez, será que todo fue
una estratagema, como en mis juegos de naipes…
¡Ya! Es
suficiente, mejor, busquemos comida hoy, y dejemos las promesas incumplibles
para otro día…
Dijiste que
mi única defensa era la imaginación, ¿verdad poeta? De solo pensar en eso,
recuerdo que el cerebro de los poetas es un queso podrido, y se me hace agua a
la boca. Porque quiero comer. No quiero pensar. Pero es inevitable, porque
también dijiste que nos chuparon toda la imaginación, y entonces, ¿cómo vamos a
luchar contra el mundo si yo ya me quedé indefensa según tus opiniones? Maldito
estafador. No sé por qué siempre buscaste tener ese aire a vanidad burguesa
conmigo, si a mis ojos nunca pasaste de un simple intento de Atila finisecular.
Dijiste demasiadas verdades a medias, poeta; lengua mentirosa al espiedo….
¡Bueno
basta! –revuelve todas las cartas con
enojo− Se me tuercen las tripas de hambre, sólo quiero comer así que
terminemos esto. Ya basta de simposios de miseria, de juzgar por errores
cometidos o por mentiras descaradas; basta de especulaciones sobre este juego
imposible de ganar. Ya dije que no me gustan este tipo de duelos, y justamente
en esta mano tu Caballero de corazones le gana a mi Reina de picas. Y la ironía
hace que tengas más comodines de los que pudiste llegar a usar. Te conseguiste un as de espadas, pensaste que eras invencible y me ganaste,
completamente para mi vergüenza. Increíblemente perdí la apuesta a pesar de que
soy malditamente buena con las cartas. Suelen decir que a quien le va bien en
las cartas le va mal en el amor. Bueno…
Ahora tengo hambre pero no quiero comer antes
de terminar esto, ni siquiera me importa más el juego, no me importa haber
perdido, pero…
No quise
que ocurriera, no pensé que lo que sentí me seguiría atormentando. Pero sabes
bien poeta, que en el solitario el Rey es el de mayor jerarquía y él pidió tu
cabeza, Caballero de corazones…
Ahora que
volví y busqué hasta el hartazgo a tu séquito de seguidores pseudo comunistas,
me sentí más cercana a ellos que a mis ideales, pero no importó mucho, órdenes
son órdenes al igual que fue contigo.
Me di
cuenta de que me hubiese gustado liberarme de esta cadena y declamar contigo ‘persecula
seculorum’ como solías prometerme. Pero no hubiese funcionado, ya que un arma
solo deja de servir cuando se herrumbra y a mí, según mis cálculos, todavía me
queda mucho tiempo de uso”.
La mujer
entonces se levanta luego de recoger todas sus cartas, y pone su Jota de
corazones dentro de su sombrero luego de darle un beso, y agarra a la Reina de
corazones y al Rey, y las pone en su bolsillo. Entonces pone el sombrero sobre
la piedra. Se despide mirando a lo que parece una tumba. Vuelve a agarrar su
arma y sale de escena.
Fin
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